Qué hay más allá - Moorea

AVENTURA

10/17/2024

Bleu lumière
Bleu lumière

Tras diez días meditando en el centro Vipassana y una semana recuperándome en Auckland, me subí a un avión rumbo a Tahití.

Para entonces, ya llevaba nueve meses explorando Nueva Zelanda con Dani, y el invierno empezaba a hacerse largo. Además, había oído que en la Polinesia se podía nadar con ballenas jorobadas, algo que había sido un sueño de toda la vida.
Resulta que mi primo Joël, a quien solo he visto dos veces en mi vida, había vivido allí y tenía un amigo que organizaba salidas para ver ballenas. Este amigo necesitaba a alguien que condujera a sus clientes desde los hoteles hasta el barco (y, de vez en cuando, que se uniera a ellxs). ¡Perfecto!

Aunque aterricé en Tahití, solo pasé la noche allí y tomé el ferry a Moorea a la mañana siguiente. Haciendo autostop hasta la pensión en la que había reservado una cama en el dormitorio, descubrí la infinita amabilidad de las personas polinesias, llenas de dulzura y benevolencia. Te sientes segurx de inmediato; todo parece más sencillo, más fluido.

Comenté mi intención de hacer house-sitting o ayudar en hostales a cambio de una cama, y me dijeron que seguramente lo encontraría, siempre y cuando tuviera paciencia y dejara que la vida fluyera. Confiemos en el Universo, pues, me dije.

En la pensión conocí a tres chicas con las que tuve largas conversaciones, y con cada una de ellas compartí aspectos únicos, ya fuera sobre espiritualidad o identidad de género. Entre ellas y Do, mi nueva compañera y amiga, tuve la oportunidad de aplicar todo para lo que se creó M. Ananda, rodeándome de suficiente compañía para no deprimirme demasiado por haber dejado a Dani en el país de los kiwis.

Después de dos semanas, por fin recibí un mensaje para cuidar una casa en la otra punta de la isla. Me encontré cuidando de Kaïla durante tres semanas.
También compartí la casa con una colonia de cucarachas, otra de hormigas y una buena familia de geckos que, aunque se comían los insectos, cubrían mis cosas con sus minúsculas cacas.
Además, estaba bajo vigilancia por cámaras y en videollamadas casi diarias con una dueña muy controladora, pero la perrita era mona, y estaba viviendo gratis a los pies de una montaña cubierta de jungla salvaje que me anclaba y me daba paz.

El problema es que, desde el incidente de la cárcel en Puerto Rico, tengo prohibido pisar suelo estadounidense. Y todos los destinos que me interesan implican una escala en Estados Unidos.

Así que decidí publicar un anuncio de "barco-stop", y me contestó una australiana. Primero me propuso viajar con ella por la Polinesia en diciembre. Le expliqué que estaría de guardia en Moorea hasta el 25 de septiembre y que buscaba algo para esa fecha.
"¡Qué casualidad! ¡Acabamos de recibir una solicitud de entrega de última hora desde Moorea el 25, con destino a Fiyi! Quizás puedas unirte a nosotrxs para echar una mano."

Pues allá vamos. Te ahorro los detalles de los preparativos en Tahití antes de la salida real, y también el culebrón que observé sin participar.

Finalmente, zarpamos para doce días en el mar (técnicamente trece, pero como cruzamos la línea de tiempo, literalmente saltamos el domingo 6 de octubre), con el capitán británico-australiano, la australiana y yo.
Los primeros cuatro días, apenas podía bajar la cabeza sin sentirme mal, así que eran largas guardias en cubierta mirando el horizonte y durmiendo.

Luego, al quinto día, decidí que controlaba mi cuerpo, que el océano era mi amigo de toda la vida y que las olas de cinco metros no me afectarían.
Cociné durante una hora y limpié toda la cocina (con algunas pausas regulares al aire libre para no vomitar, claro), y al final estaba fatal. Pero después de una larga siesta, me recuperé por completo y no volví a marearme en el resto del trayecto. ¡En los últimos días incluso podía leer mi libro tranquilamente, y luego pasarme la noche observando las estrellas! De hecho, ¡nunca había visto tantas estrellas fugaces en mi vida!

Aunque encerrarse en el mar durante doce días con desconocidxs con quienes no tienes mucho en común es un reto, estar de guardia bajo el cielo estrellado, tras una puesta de sol sobre el Pacífico y con ese agua de un azul intenso (una media de 8.000 metros de profundidad), tiene su magia.

Otra aventura fuera de lo común, entonces. No la más relajante, pero definitivamente insólita e interesante.

Y ahora he llegado a Fiyi, preparándome para explorar. No tengo un plan fijo aquí; estoy esperando a ver si el gobierno australiano me concede un posible visado, pero no es seguro. Australia no me atrae especialmente, pero sueño con comprar MI casa frente al océano, donde pueda crear en libertad. Y en Australia los sueldos son altos. Además, parece haber una comunidad queer bastante maja en Sídney, donde vive Manon, una amiga de la universidad. ¡Puede ser buena opción!

Y ahora me voy a ver un espectáculo de circo aéreo fiyiano.
☀︎ Te agradezco infinitamente tu presencia durante esta nueva aventura, y te dejo con una pequeña serie de atardeceres al estilo del Pacífico Sur ☀︎

Y mientras tanto, llevaba turistas a ver las ballenas. Hasta que un día maravilloso, Do me dijo que me había reservado un lugar en el barco.

Las condiciones meteorológicas eran perfectas. Llevaba años manifestando e imaginando este día, y estaba a tope.
Apenas salimos de la laguna, nos escoltaron unos delfines. Y al poco, vimos los primeros chorros de agua, luego una, luego dos colas. Ya estaba llorando como una magdalena.

Rápidamente, nos pusimos aletas, máscaras y tubos, y nadamos unos 200 metros entre las olas (el barco no puede acercarse demasiado a los cetáceos). Y allí, no nos esperaban dos ballenas, ¡sino ocho! Lloraba aún más dentro de mi máscara, mientras me reía.
Venían de todas partes, buceaban, subían, se deslizaban y giraban entre ellas. Era una auténtica danza, un espectáculo raro y excepcional. La guía no se lo podía creer, nunca había visto algo así.

Después de regresar al barco, hicimos una segunda inmersión, y esta vez una ballena se acercó por sí sola a nuestro grupo (yo, por supuesto, estaba en primera fila) y pasó a menos de tres metros de mi compañera y de mí. No tengo palabras. Fue un momento fuera del tiempo.

Durante meses, le había dicho a Dani que iba a "bailar con las ballenas", confundiendo siempre “nadar” con “bailar” en castellano (vete a saber por qué). Y literalmente, eso fue lo que ocurrió ese día. Un encuentro así es algo completamente extraordinario, y mientras flotaba dejando que mis brazos se movieran suavemente, machos y hembras se posicionaban en vertical y empezaban a girar.
Esta danza mágica quedará para siempre como uno de los momentos más especiales de mi vida.

Durante las cinco semanas que viví en Moorea, tuve la suerte de salir en otras dos excursiones, que fueron más "normales".
Aunque no tan espectaculares como aquel primer momento “regalo”, en una de ellas vi a una madre enseñando a su bebé recién nacido a nadar y respirar, y en otra pude escuchar a un macho cantar, escondido en las profundidades, esperando atraer a una compañera.

Las ballenas son seres mágicos, divinidades fuera del tiempo que deben ser protegidas.
Gratitud infinita por esos momentos extraordinarios que pude compartir con ellas.

Además de las ballenas, Moorea es un paraíso de peces multicolores, rayas de todo tipo, tortugas y tiburones inofensivos (al menos mientras te quedes en el lado de la laguna). Te lo enseño un poco aquí.

El plan era iniciarme en el buceo allí, pero no salió todo como esperaba, así que disfruté de la isla de otras maneras antes de decidirme a marcharme.

Pero, definitivamente, tengo que volver a la Polinesia. Aunque Do me mostró un poco de la cultura polinesia y me llevó a rincones encantados de esta isla que parecía sacada de una película de Disney (Vaiana significa “agua”, por cierto), sigo deseando aprender a tatuar de la manera tradicional, explorar atolones y arrecifes de coral, y aprender a bailar al estilo tahitiano.
Pero ya sé abrir un coco, sacar el agua, luego la leche, y rallarlo de forma tradicional. ¡Casi digne de Supervivientes, la verdad!
(Por cierto, hablando de Supervivientes, les hace mucha gracia a las personas polinesias ver a los occidentales haciendo el ridículo en una isla llena de recursos que no son capaces de identificar).

Y es que, realmente, lxs polinesixs son de una amabilidad y una calma incomparables. Viven en armonía con su entorno, viven en el paraíso y son conscientes de ello, por lo que se dejan llevar por la vida y todo lo que ofrece con total serenidad. Lo cual te hace un bien increíble.

Pero siento que tengo que irme. Volveré, eso está claro.

El baile de las ballenas
El baile de las ballenas

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